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Foto del escritorJ.M. Merino

El Misterio de las Calaveras de Cristal

¿Auténticas o falsas? Los propietarios de trece Calaveras de Cristal aparecidas desde el S.XIX las presentaron como antigüedades precolombinas.

Las misteriosas Calaveras de Cristal son todo un enigma para la ciencia. Algunos afirman que son un fraude moderno y otros de una realidad incomprensible de aquellos que las fabricaron. Lo que parece cierto es que hubo una gran fascinación por estos elementos de cristal ya que son muy diferentes entre sí.


El día que cumplió 17 años, el 1 de enero de 1924, Anna recibió un regalo inesperado. Hacía unos meses que había llegado a Belice (por entonces Honduras Británica) en una expedición liderada por su padre, el aventurero británico Frederick Albert Mitchell-Hedges. El grupo, integrado por representantes del Museo Británico y especialistas en cultura maya, había comenzado a excavar en una zona selvática conocida como Punta Gorda.


Allí habían hallado un complejo arquitectónico, que bautizaron como Lubaantun, “la ciudad de las piedras caídas”. Y fue en él donde la joven descubrió uno de los trece cráneos de cristal repartidos hoy por el mundo en colecciones públicas y privadas. Objetos rodeados de leyenda y misterio, convertidos en estandarte del movimiento New Age, que inspiraron la película Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2009).

Harrison Ford y Shia LaBeouf en el filme ‘Indiana Jones y el Reino de las Calaveras de Cristal’.

Incógnitas sin resolver


Los cráneos de cristal de cuarzo se han vinculado con los pueblos mesoamericanos precolombinos (aztecas, mayas, toltecas y mixtecos). Sin embargo, no sabemos nada sobre su origen –ninguno procede de una excavación documentada–, ni con certeza dónde ni cómo se hallaron.


Hay quien los considera piezas de arte mexicano tal vez usadas en las iglesias como base para los crucifijos. Otros se aventuran a afirmar que son el legado de inteligencias alienígenas, vestigios de la legendaria isla de Atlantis o del supuesto continente de Lemuria, e incluso el trabajo de una sociedad sofisticada que viviría en el centro de la Tierra.


Explicaciones fantásticas aparte, lo cierto es que siempre se ha cuestionado su autenticidad. Apenas guardan relación con el sello estilístico y técnico propio de las calaveras precolombinas genuinas (habitualmente de basalto y caliza y ocasionalmente de oro). Hoy la comunidad científica las sitúa entre las muchas falsificaciones realizadas durante la segunda mitad del S.XIX.

Mitchell-Hedges aseguró que el cráneo, que bautizó como del Destino, tendría más de 3.600 años de antigüedad.

Técnicas recientes de microscopia electrónica han confirmado que su juventud es mucho mayor de lo que alegan algunos de sus propietarios. Seguramente no rebasan los 150 años y se esculpieron en el siglo XIX en algún taller europeo. La calavera de Mitchell-Hedges no sería una excepción. Según documentos del Museo Británico, no llegó a manos de la joven en Lubaantún, sino en Londres, donde su padre la adquirió en una subasta de Sotheby’s en 1943.


Fue precisamente ese año cuando Mitchell-Hedges presentó a la comunidad científica su tesoro, esculpido en una sola pieza de cristal de roca, con un tamaño casi real (unos 22 cm de diámetro) y unos 5 kg de peso. El explorador dijo haberlo hallado en Belice y afirmó que la mandíbula articulada de la pieza apareció tres meses después en el mismo lugar. También aseguró que el cráneo, al que bautizó como del Destino, tendría más de tres mil seiscientos años de antigüedad y habría sido empleado por los mayas con fines mágicos y rituales.


Los expertos, sin embargo, no mostraron interés por una pieza sin contexto. No se conservaba ninguna fotografía de su hallazgo ni documentación sobre el yacimiento. Años más tarde, Anna explicaría que todas las pruebas se habían perdido durante un ciclón. Pero ¿por qué, si la calavera salió a la luz en 1924, no se hizo pública hasta 1943?

Frederick Albert Mitchell-Hedges antes de su viaje a Centroamérica para excavar la ciudad maya de Lubaantún.

Imposible, pero real


Verificar la autenticidad del cráneo del Destino resultaba muy complicado en los años cuarenta y cincuenta. Al estar hecho de cuarzo piezoeléctrico (material con el que se fabrican los circuitos de los ordenadores), no podía datarse mediante métodos científicos como el carbono 14, solo aplicable a materia orgánica.


La única forma de salir de dudas era analizando la técnica de su tallado. Con este fin, en 1970 Anna Mitchell-Hedges prestó la calavera a los laboratorios de la empresa informática Hewlett-Packard en Santa Clara, California. Sorprendentemente, los expertos concluyeron que la pieza no debería existir.


Según relataron en un informe, el cristal fue tallado en contra de su eje natural, por lo que resultaba incomprensible que no estuviera hecho añicos. Además, la ausencia de arañazos o trazos descartaba el uso de instrumentos de metal. Los investigadores determinaron que la pieza se esculpió con diamantes y sus detalles, con una solución de arena de silicona y agua. Habrían sido necesarios tres siglos para concluir el trabajo.

Calavera de Cristal del Museo Británico de Londres

En su interior hallaron un prisma bien formado y orificios para permitir el paso de la luz. Y en las cuencas de los ojos se observaron unas lentes cóncavas perfectas. De ahí que, cuando la calavera se iluminaba por su base, diese la impresión de que ardía.


Más tarde, investigadores del Museo Británico también escudriñaron la pieza con detalle, pero ninguna pista les llevó a su origen. Durante los sesenta años en que Anna la custodió, la expuso en numerosas ocasiones. A su muerte, recayó en su amigo Bill Homann.


Homann permitió al Instituto Smithsonian estudiarlo entre 2007 y 2008. Tras aplicar tecnologías como la tomografía computarizada y el análisis con microscópico electrónico de barrido, se llegó a la conclusión de que el artefacto se había tallado con probabilidad hacia 1930, basándose en el que el Museo Británico exhibía desde 1898.

Las trece calaveras de cristal que se conocen aparecieron en colecciones públicas y privadas en tres tandas.

Las otras calaveras


La del Destino es una de las trece calaveras de cristal que se conocen. Todas aparecieron en colecciones públicas y privadas en tres tandas. El primer grupo lo hizo durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando, a raíz de la fiebre desatada en Europa y EE. UU. por poseer piezas de culturas mesoamericanas, proliferó la venta de reliquias y antigüedades falsas.


Eugène Boban

La primera calavera en salir a la luz (al parecer, de no más de 2,5 cm de altura) fue la que adquirió en 1856 el banquero británico Henry Christy. Este la vendió luego al Museo Británico, que aún la conserva, aunque no la expone al público. Se cree que en aquella operación participó el anticuario francés Eugène Boban, entre cuyos clientes se encontraba el explorador y etnógrafo Alphonse Pinart.



Curiosamente, en 1878 Pinart donó tres calaveras de cristal al Museo Etnográfico del Trocadero (precursor del Museo del Hombre), que durante años las exhibió como piezas precolombinas aztecas. Ya en 1867, los visitantes de la Exposición Universal de París pudieron contemplar dos más procedentes de la colección de Boban.


Otros museos también se interesaron por estos objetos. En 1874, el Museo Nacional de Antropología de México compró uno al coleccionista mexicano Luis Costantino por 28 pesos, y otro, seis años más tarde, por 30. Los presentó en su colección de objetos aztecas y oaxacanos.


Poco después, en 1886, la Smithsonian Institution también se hizo con un cráneo de cristal, en su caso, de la colección de Agustín Fischer, antiguo secretario del emperador Maximiliano I en México. Pero en los años cincuenta ya lo incluyó en una muestra sobre falsificaciones arqueológicas. Su rastro se perdió en 1973.



Como las nuestras


La segunda generación, con un tamaño similar al de un cráneo humano (unos 15 cm de altura), surgió a finales del siglo XIX, también de la mano de Boban. El anticuario se llevó una calavera de su colección a México, donde la expuso junto a otras humanas.

La calavera que más tardó en aparecer lo hizo en 1992, año en que un anónimo la donó al Smithsonian.

Según una leyenda local, en 1885 intentó venderla como un tesoro azteca al Museo Nacional de México. Pero este acabó denunciándole por intento de fraude y expoliación. Tras huir a EE. UU., Boban subastó la pieza en Nueva York con miles de objetos supuestamente arqueológicos, manuscritos coloniales y una gran biblioteca. Tiffany & Co. se hizo con la calavera por 950 dólares y, una década más tarde, la vendió al Museo Británico por la misma cantidad.


La tercera tanda salió a la luz ya entrado el siglo XX. Ocurrió en 1934, cuando el anticuario londinense Sidney Burney dijo haber comprado una casi exacta a la del Museo Británico a un coleccionista privado diez años antes. De hecho, es la misma pieza que, según documentos de la institución inglesa, acabó en manos de Mitchell-Hegdes en aquella subasta de Sotheby’s celebrada en Londres en 1943.


Al otro lado del Atlántico, una ciudadana de Houston, JoAnn Parks, desempolvó en 1987 una calavera de cristal que guardaba desde hacía más de un decenio y se dedicó a exhibirla. Lo decidió tras ver un reportaje en la televisión sobre la calavera de Mitchell-Hedges.

El Museo Quai Branly de París conserva una de las misteriosas calaveras

Según la versión de la propietaria, la suya era la más antigua de todas (con unos treinta y seis mil años de antigüedad), apareció en una tumba en Guatemala en los años veinte y llegó a sus manos después de que un monje tibetano se la diera en 1973.


La calavera que más tardó en aparecer lo hizo en 1992, año en que un anónimo la donó al Smithsonian. La acompañaba una carta: “Esta calavera de cristal azteca, parte de la colección de Porfirio Díaz, se compró en México en 1960. La ofrezco al Smithsonian sin pedir nada a cambio”. La caja albergaba una calavera de cristal lechoso, algo mayor que un cráneo humano.


Investigadores de la institución se pusieron en contacto con los laboratorios del Museo Británico para emprender un estudio de la pieza. Tras examinarla bajo microscopios ópticos y electrónicos, concluyeron que se había tallado con un equipo moderno para labrar piedras preciosas. Hoy el museo la expone como una mera falsificación.


En suma, objetos con o sin trampa según para quién.

 

Fuente: artículo original revista Historia y Vida (nª 507) ; lavanguardia

 

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