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Foto del escritorJ.M. Merino

El primer "libro" de la historia: la epopeya de Gilgamesh

Muchos afirmarán que el primer libro de la historia es la Biblia o la Biblia de Gutenberg, dado que este fue el primer libro impreso por Gutenberg en 1455, después de inventar la imprenta en 1440, pero lo cierto es que si tenemos que hablar realmente de primer libro escrito (que no impreso), debemos ir mucho más atrás en el tiempo, incluso antes de Cristo.



¿Cuál fue el primer libro de la historia?


Para hablar del primer libro de la historia, tenemos que remontarnos al origen de la escritura. El primer lenguaje escrito conocido fue el cuneiforme arcaico que habría aparecido alrededor del 3400 a.C. en el primer período de la antigua civilización sumeria, en la región entre los ríos Tigris y Éufrates en la zona de la actual Irak.


Este lenguaje era pictográfico y evolucionó hacia uno silábico, compuesto además por caracteres en forma de cuña (de ahí lo de «cuneiforme» que proviene del latín «cuneus» que significa cuña). Se dice que este lenguaje se escribía en pequeñas tablillas.


Una vez establecido este lenguaje, ya podemos ubicar la primera historia escrita, que por ello se considera el primer libro de la historia y que no es otro que La epopeya de Gilgamesh, relato mitificado de Gilgamesh, líder de la ciudad-estado sumeria de Uruk, y que habría gobernado en algún momento entre el 2700 y 2500 a.C.

Tablillas con la epopeya de Gilgamesh

En cuanto a la fecha de este "libro", existen varias corrientes. Por un lado, se dice que se escribió en el 2100 a.C , pero también se dice que podría ser mucho anterior, de un periodo entre el 2000-1700 a.C. e incluso existe una primera versión escrita en doce tablillas de arcilla que fue escrita en el periodo entre el 1500 y 1200 a. C. El descubrimiento de esta reliquia se produjo en las ruinas de la biblioteca del rey asirio Asurbanipal en Nínive, la biblioteca más grande del mundo antiguo prehelénico.



¿Qué nos cuenta la epopeya de Gilgamesh?


Un rey descontrolado y tirano


La obra narra las gestas de Gilgamesh y Enkidu, ambos hijos de diosas. Gilgamesh representa al hombre culto «que ha visto hasta el fondo de todas las cosas», mientras que Enkidu es el hombre rudo y salvaje que tiene que ser instruido por la ramera sagrada del templo.


Al principio de la obra, Gilgamesh era un rey tiránico y de lujuria desenfrenada, por lo que los señores de Uruk se quejaron a los dioses y estos a Anu, que era el dueño de la ciudad, de la tiranía de Gilgamesh. Anu le pidió a la diosa Aruru que creara un doble del héroe capaz de enfrentarse a él.


Aruru crea a Enkidu, un hombre salvaje, despiadado y cruel, para que se enfrente a Gilgamesh y lo derrote. Al principio este era un salvaje que corría desnudo con los animales, comía hierba y vivía apartado. En la antigua Mesopotamia, si alguien vivía fuera de los muros de la ciudad era considerado no solo montaraz, sino también peligroso. Hasta que Enkidu no fuera admitido en la sociedad civilizada no podría ejercer su papel de domador y ayudante de Gilgamesh.


Un cazador al que Enkidu había destrozado todas las trampas acudió al rey y le pidió que enviara a Enkidu una ramera capaz de someter su violento temperamento. Gilgamesh envió a Shamhat, una prostituta del templo de Ishtar, que copuló con Enkidu durante siete días. Después, cuando Enkidu intentó volver con los animales, estos le ignoraron. Enkidu se dio cuenta de que algo había cambiado: a través de su despertar sexual había empezado a civilizarse. Luego Shamhat lo llevó a la ciudad de Uruk, lo vistió y le dio pan para comer y cerveza para beber. Al ser tratado como un hombre por primera vez, la transformación de animal en humano de Enkidu estaba completa.


Entretanto, Gilgamesh había soñado con un ser al que amaría más que a una mujer, alguien que fuera tan fuerte como él. Su madre, Ninsun, una diosa menor y sacerdotisa del templo, interpretó el sueño y le dijo que pronto conocería a un hombre que podría ser su igual y su compañero de aventuras.


Gilgamesh y Enkidu se encontraron cuando este último impidió al rey entrar en la estancia de una recién casada. Ambos entablaron una feroz pelea y, aunque Gilgamesh fue el vencedor, reconoció a Enkidu como un igual y un hermano. De la mutua admiración surge la amistad.


Una prueba de fuerza


Gilgamesh, que llevaba tiempo deseando demostrar su fuerza, se propuso abatir a Khumbaba, el demonio nombrado por los dioses guardián del Bosque de los Cedros, con el objetivo de talar los árboles más altos y llevarse su valiosa madera a Uruk.


Hombre y animal a la vez, Khumbaba era un adversario formidable: su fuerza era inmensa y era capaz de exhalar fuego. Gilgamesh se armó hasta los dientes y solicitó la bendición de los sacerdotes del templo. Alarmados, los ancianos de la ciudad le advirtieron de que estaba sobrestimando sus capacidades: para poder llegar hasta el bosque, y con más razón para luchar contra Khumbaba, debía llevar a Enkidu con él. Siguiendo su consejo, Gilgamesh pidió ayuda a Enkidu y ambos partieron hacia el Bosque de los Cedros contando con la protección de Shamash, el dios del sol y la justicia, al que había invocado la madre de Gilgamesh.


Cuando llegaron al bosque, Khumbaba se burló de ellos, pero antes de que pudiera hacerles daño, Shamash levantó unos fuertes vientos que lo atraparon. Gilgamesh y Enkidu obtuvieron así ventaja y lo hirieron. Pese a que Khumbaba suplicó por su vida, Gilgamesh lo mató, taló los cedros, hizo una balsa y regresó a Uruk con su carga.


El descubrimiento de la tablilla V en 2005 que hemos mencionado anteriormente nos propuso otra versión del Bosque de los Cedros de la que inicialmente teníamos e introdujo además algunos conceptos sorprendentemente actuales sobre ecología. El Bosque de los Cedros, tal como lo describe la tablilla, era una selva animada por el canto de los pájaros, la cacofonía de los insectos y los gritos de los monos entre los árboles, todos entreteniendo a Khumbaba, el gigante guardián de esta jungla, en la que vivía como un rey rodeado por sus músicos. Enkidu y Gilgamesh destruyeron este paraíso y matan a su guardián, pero lo hicieron en contra de la voluntad de los dioses, lo que hace que Enkidu afirmara: «Hemos devastado esta tierra, ¿qué les diremos a los dioses cuando regresemos?»


No es buena idea desairar a una diosa


A su regreso a Uruk, Gilgamesh se lavó y se puso ropajes nuevos. La diosa Ishtar, que estaba observándolo, le pidió que fuera su esposo. Si aceptaba, le dijo, ella le procuraría más riquezas de las que jamás pudiera soñar. Gilgamesh la rechazó, recordando la suerte que había corrido su marido anterior, Dumuzi, al que la diosa había enviado a los infiernos. Como veréis, la diosa lleva muy mal el rechazo y pide a su padre, el dios Anu, que mande al Toro Celeste para que acabe con Gilgamesh o desatará el «Apocalipsis zombi».


La muerte de Enkidu


Esa misma noche, Enkidu soñó que Anu, Ea, Shamash y Enlil (el dios que concedía la realeza y había sido el amo de Khumbaba) se reunían para tratar de la muerte de Khumbaba y del Toro Celeste. En el sueño, Anu y Enlil comentaban que uno de los dos causantes debía morir. Shamash protestaba diciendo que los dos amigos habían ido al Bosque de los Cedros bajo su protección. Sin embargo, a pesar de sus argumentos, los demás dioses decidían que era Enkidu quien debía morir.


Ante la perspectiva de su próxima muerte, predicha en el sueño, Enkidu rogó desesperadamente a Shamash y maldijo a Shamhat, la prostituta del templo, por haberle enseñado el camino de Uruk. Shamash lo reprendió, le dijo que debía sentirse feliz por las aventuras vividas y le aseguró que Gilgamesh dispondría su cuerpo en un espléndido lecho. Poco después, Enkidu enfermó y murió al cabo de doce días.


En busca de la vida eterna


Desesperado por la muerte de su amigo, Gilgamesh convocó a todas las personas y a los animales para que lo lloraran con él. Después de reunir a los mejores artesanos de la tierra para erigir una estatua de oro de Enkidu, abandonó la civilización, se vistió con una piel de león y vagó por el monte en señal de duelo. De este modo, Gilgamesh reproducía a la inversa la vida de su amigo, que había sido un salvaje que aprendió a ser civilizado. Muerto Enkidu, Gilgamesh, antes civilizado, se convertía en salvaje.


A continuación, Gilgamesh partió de Uruk en busca de la inmortalidad, negándose a sufrir la funesta suerte de su compañero del alma. Una noche, mientras seguía la senda de Shamash a través del cielo, encontró el túnel que conducía al país de los dioses. Los guardianes de la entrada, dos hombres-escorpión, le contaron la historia de Utnapishtim, un superviviente del diluvio que, junto con su esposa, había obtenido la inmortalidad y se sentaba en la Asamblea de los dioses. Decidido a descubrir el secreto de la vida eterna, Gilgamesh decidió partir en busca de Utnapishtim.


En su camino al inframundo, Gilgamesh conoció a una tabernera llamada Shiduri que intentó convencerlo de que deshiciera su camino diciéndole que el viaje no era seguro para los simples mortales. Ante su insistencia, Shiduri acabó por indicarle a regañadientes cómo llegar hasta Urshanabi, el barquero de las Aguas de la Muerte que llevaba suministros a Utnapishtim. Cuando encontró al barquero, este le preguntó por qué motivo quería viajar a los infiernos, y Gilgamesh le contó que su miedo a morir, a raíz de la muerte de Enkidu, le había impulsado a buscar la inmortalidad. Sus palabras convencieron a Urshanabi, que aceptó llevarle hasta Utnapishtim.


Cuando por fin Gilgamesh llegó ante Utnapishtim, el hombre que había logrado la inmortalidad destacó el aspecto ajado y agotado del rey. Gilgamesh le habló de su dolor al ver morir a su amigo y le confesó que tenía miedo de su propia mortalidad. En respuesta, Utnapishtim le preguntó por qué se había embarcado en una búsqueda inútil en vez de disfrutar lo que le ofrecía la vida: «¿Por qué, Gilgamesh [insistes] siempre en tus penas?». Utnapishtim le explicó que los humanos no pueden ser inmortales. Son los dioses los que deciden la duración de cada vida humana y no desvelan el momento de la muerte, así que no tiene sentido buscar un camino para tratar de evitarla.


El mito del Diluvio o La gran inundación


Utnapishtim contó a Gilgamesh la historia del Diluvio y cómo consiguió la inmortalidad. También le contó que él había obtenido el privilegio de ser inmortal por haber salvado a la humanidad durante el diluvio, pero que esto solo podía suceder una vez y era algo ajeno al mundo mortal: Gilgamesh nunca alcanzaría la inmortalidad por ese medio. Para demostrárselo al rey, que seguía creyéndose merecedor de la inmortalidad, Utnapishtim le desafió a permanecer despierto durante seis días y siete noches, y pidió a su esposa que cociera un pan cada día y lo dejara junto a Gilgamesh cada noche que siguiera dormido, para que no pudiera negar su fracaso.


Gilgamesh aceptó el reto, pero se quedó dormido de inmediato. Cuando despertó, Utnapishtim le reprochó su arrogancia: deseaba superar la muerte y ni siquiera era capaz de superar su sueño, lo más parecido a aquella en vida. Negándose a seguir respondiendo al rey, ordenó al barquero Urshanabi que se lo llevara y, con el fin de que nadie pudiera encontrarlo de nuevo, le prohibió que volviera a cruzar a su orilla en adelante.


La planta de la eterna juventud


Antes de que partieran, la esposa de Utnapishtim, también inmortal, convenció a su marido para que hiciera un regalo a Gilgamesh. Utnaphistim le dijo al rey que si deseaba recuperar el brío de la juventud, existía una planta en el fondo del agua que se lo proporcionaría.

Deseoso de obtener este regalo, Gilgamesh se ató piedras a los pies, se hundió en el agua y consiguió encontrar la planta. Liberándose del lastre pudo regresar a la superficie, donde encontró a Urshanabi y le dijo que probaría la planta en el hombre más viejo de Uruk antes de usarla él mismo. Sin embargo, por el camino se detuvo a bañarse en una poza y, mientras lo hacía, apareció una serpiente que le robó la planta, mudó su piel y volvió a ser joven. Afligido, Gilgamesh comprendió que la juventud, como la inmortalidad, se le había escapado. Estaba destinado a envejecer y morir.


El final


La historia termina como empieza: Gilgamesh vuelve a recorrer las murallas de su ciudad inspeccionando sus dominios, pero esta vez convertido en un buen rey, conocedor no tan solo de los límites de su ciudad, sino también de la condición humana. Su aceptación de la mortalidad y de su propia humanidad dejó una impresión duradera en el pueblo de Uruk, que transmitió la leyenda a través de las generaciones.



¿Qué ocurre con la Biblia?


Este sería entonces el primer libro de la historia, o el más antiguo de todos, pero si tenemos que hablar de papel, existe una versión completa de la Biblia, que data del año 400 d.C y que fue escrita en pergamino, por no olvidar lo que ya hemos mencionado: que fue también la Biblia el primer libro impreso con una imprenta moderna, y de ahí que a este libro también se le considere muchas veces, el «primero» o el «más antiguo» de todos.

 

Fuente: okdiario ; lclcarmen-Literatura Universal

 

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