Los jeroglíficos egipcios fueron durante cientos de años todo un misterio para la ciencia. Nadie conseguía comprender que decían aquellos dibujos y líneas que parecían carecer de sentido. Pero la aparición de la Piedra de Rosetta cambió eso para siempre.
Cuando se produjo la invasión francesa a Egipto de mano de Napoleón Bonaparte a finales del siglo XVIII, se vio una oportunidad única para «redescubrir» la tierra de los faraones. Naciendo así la egiptología. Sin embargo, lo que más sorprendió a todos los especialistas franceses sería la Piedra de Rosetta. Un objeto que sería encontrado por casualidad mientras se realizaban trabajos de reparación del fuerte francés Jullien, en las cercanías de El-Rashid, ciudad que también era conocida como Rosette por los franceses.
Pierre-François-Xavier Bouchard comprendió la importancia de la pieza e inmediatamente la trasladó de Alejandría hasta El Cairo, donde fue resguardada para su posterior análisis.
La importancia de la Piedra de Rosetta
Los jeroglíficos eran considerados una lengua muerta indescifrable. Pasaron siglos de estudios e intentos de traducción sin éxito alguno.
Sin embargo, el hallazgo de la piedra de Rosetta otorgaría la clave para descifrarlos. La pieza no es más que un fragmento de una estela egipcia donde se grabó un decreto en nombre de Ptolomeo V en el año 196 a.C.
Este decreto fue escrito en tres idiomas diferentes: 14 líneas en jeroglíficos egipcios, 32 líneas en escritura demótica y 54 líneas en griego.
Otra ventaja que otorgó la piedra de Rosetta es que sus traducciones eran literales. En pocas palabras, en los tres idiomas decía lo mismo.
Así, este casual descubrimiento se transformó en una especie de diccionario que ayudó a los expertos a traducir los jeroglíficos egipcios, basándose en las escrituras en griego y demótico.
La carrera por su traducción
Una de las curiosidades que envuelve la historia de la piedra de Rosetta es la «carrera» que se hizo para traducir sus textos. Los franceses, encabezados por Jean-François Champollion nunca trabajaron sobre la escritura original, sino que hicieron calcos ya que, desde el comienzo, la piedra fue resguardada.
Por otro lado, los ingleses, a sabiendas de la importancia de la estela, decidieron tomarla como un botín de guerra, llevándola inmediatamente a Londres, donde es exhibida desde 1802 en el British Museum.
Fue ahí donde comenzó toda una batalla intelectual por ver qué nación conseguía descifrar la escritura egipcia primero. El ganador fue Jean-François Champollion. El francés, era un apasionado por la civilización de los faraones, obtuvo una réplica de la piedra de Rosetta y así comparó las tres versiones que poseía el texto. La versión griega le resultó fácil pero, gracias a su familiaridad con la cultura faraónica y su dominio idiomático, pudo ser más preciso a la hora de traducir cada fragmento.
Champollion consiguió descifrar totalmente los jeroglíficos, descubriendo que los dibujos y figuras que se encontraban en la escritura no solo representaban una idea, sino que tenían un valor fonético. Aplicando su intuición a una transcripción extraída de un templo, detectó el nombre de Cleopatra.
Otra curiosidad del caso es que debido a la emoción de Champollion después de darse cuenta de lo que había conseguido, se desmayó cayendo inconsciente durante cinco días.
El 27 de septiembre de 1822, hizo público su descubrimiento a través de un informe de 40 páginas que envió a la secretaría de la Academia de Inscripciones y Bellas Artes de París. Posteriormente, emprendió la redacción de un texto sobre la gramática egipcia y un diccionario de egipcio antiguo dando inicio oficialmente a la egiptología.
Sin duda alguna, es una pieza histórica que se ha visto envuelta en curiosidades y anécdotas desde el momento de su hallazgo, así como en el descubrimiento de un mundo totalmente desconocido como fue la escritura egipcia.
Fuente: lavanguardia ; wikipedia ; national geographic ; mystery science
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