A principios del S.XX, unos pescadores griegos descubrieron uno de los artefactos más misteriosos de la antigüedad: un mecanismo de gran precisión con un nivel de miniaturización y complejidad solo comparable a los relojes astronómicos del S.XIV, y que nadie sabe quién lo diseñó.
La isla de Anticitera es uno de los lugares más paradisíacos que se pueden encontrar en el Mediterráneo oriental. Situada al sur del Peloponeso y con poco menos de 20 kilómetros cuadrados de extensión, en la actualidad viven unas 40 personas. Temiendo la despoblación, en 2019 Grecia regalaba una casa y tierras, además de un sueldo de 500 euros durante tres meses, a quien quisiera irse a vivir allí. Pero lo que hace famosa a esta diminuta isla griega es el descubrimiento que hicieron por casualidad unos buscadores de esponjas en abril de 1900. Si no llega a ser por una fuerte tormenta que les obligó a refugiarse en esta isla, jamás hubiéramos sabido de la existencia del objeto más desconcertante y complicado del mundo antiguo.
Pasado el mal tiempo los buceadores pusieron se sumergieron en las aguas cercanas a la isla, para ver si tenían suerte. No descubrieron esponjas pero sí los restos de una galera romana que había naufragado en medio de otra tormenta hacía 2200 años. Se recuperaron estatuas de bronce, de mármol, una lira de bronce, varias piezas de cristalería... Era un buen hallazgo y nadie prestó atención a una pieza de bronce muy corroída por la sal del mar.
El 17 de mayo de 1902, el arqueólogo Valerios Stais estaba revisando los restos recuperados cuando algo le llamó la atención en esa pieza: parecía una rueda dentada. Examinada con detalle descubrió que tenía inscripciones legibles en griego; acababa de salir a la luz un objeto que llegaría a ser conocido como el Mecanismo de Anticitera. Stais propuso que podía tratarse de algún tipo de reloj astronómico, pero sus colegas no le creyeron pues era un instrumento demasiado complejo y avanzado para ser contemporáneo de los otros restos. El tiempo le daría la razón.
El mecanismo viajaba dentro de un cajón de madera de 33 cm de altura, por 18 de ancho y 8 de fondo. Hasta la fecha se han encontrado 82 fragmentos conocidos, siete de los cuales contienen la mayoría del mecanismo y las inscripciones. El último se descubrió en 2018: una rueda dentada con la imagen de un toro, que posiblemente represente a la constelación de Tauro.
Estudiado a lo largo de todo el siglo XX, existe el convencimiento de que nos encontramos ante la primera computadora analógica de la historia, construida entre el 200 y el 100 a.C. Este complejo mecanismo de relojería estaba compuesto por 37 ruedas dentadas que le permitían seguir los movimientos de la Luna y el Sol a través del zodíaco, predecir eclipses e incluso modelar la órbita de la Luna, un movimiento que estudió en el siglo II a.C. el astrónomo Hiparco de Rodas; por eso se especula que pudo haber participado en su construcción. De igual modo, también predecía la fecha exacta en que celebrar los Juegos Panhelénicos, los de Olimpia, Pícticos, Ítsmicos y Nemeos.
Y aquí viene lo misterioso:
Estamos ante un mecanismo único, sin relación con los restos arqueológicos que tenemos de aquella época. El nivel de miniaturización y complejidad es notable y solo comparable a los relojes astronómicos que se construyeron en el siglo XIV en Europa -aunque como predictor no era particularmente preciso-. Resulta evidente que un mecanismo así no surge de la nada: debería haber antecedentes en algún lugar que no hemos encontrado.
Se tienen referencias de la existencia de dispositivos similares en, por ejemplo, La República de Marco Tulio Cicerón, un diálogo filosófico del siglo I a.C. donde menciona dos máquinas construidas por Arquímedes y que podrían haber sido algún tipo de mecanismo destinado a predecir los movimientos del Sol, la Luna y los cinco planetas conocidos en aquel momento. Cicerón también menciona otro dispositivo de ese tipo que había sido construido 'recientemente' por su amigo Posidonio, "...cada una de cuyas revoluciones tiene el mismo movimiento del Sol, la Luna y cinco estrellas errantes [planetas] día y noche en los cielos". Pero no hemos encontrado nada ni remotoamente parecido en ninguna excavación al mecanismo de Anticitera. Ni tan siquiera un abuelo suyo.
También sigue siendo un misterio el lugar donde se construyó, aunque se tiene la sospecha de que pudo construirse en Corinto. ¿La razón? Porque a pesar de que los Juegos de Olimpia eran los más prestigiosos de los Panhelénicos, los Ístmicos (que se celebraban en corinto) aparecen con letras mucho más grandes. Una sospecha que viene reforzada porque los nombres de los meses que figuran en la parte frontal del mecanismo están escritos en el dialecto de Corinto.
En 2018 un equipo de arqueólogos submarinos encontró el esqueleto de un joven de unos 20 años entre los restos que aún quedan del naufragio. Bautizado con el nombre de Pamphilos -del griego, amigo de todos-, los investigadores están tratando de obtener algo de su ADN intacto para poder determinar de dónde era. Quizá así se pueda arrojar algo de luz sobre la procedencia de tan increíble mecanismo.
Fuente: muyinteresante
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