Próspera Muñoz tenía ocho años y su hermana Anita doce cuando mantuvieron contacto con los tripulantes de un objeto volador "de forma muy ovalada y brillante". Esa misma noche aparecieron de nuevo los extraños humanoides y se llevaron a Próspera al interior de un objeto volador aterrizado frente a su casa. Por Miguel Pedrero.
Por encima de todo, Próspera Muñoz es buena persona. Durante las últimas décadas, su hogar –primero en Girona y ahora en Jumilla (Murcia)– se ha convertido en un trasiego constante de ufólogos, periodistas y aficionados al enigma OVNI que pretendían saber más sobre las experiencias que le tocó a vivir en un lejano año de 1947. Nunca puso impedimentos, contando su historia tal como la recordaba. Jamás ganó un solo euro con ello. Al contrario, perdió privacidad y tuvo que hacer frente a las miradas desconfiadas y a los comentarios escépticos de ciertas personas. Pero siempre contó con el apoyo de la familia, sobre todo de su compañero José María Semitiel, fallecido hace algunos años.
Durante uno de mis viajes a tierras murcianas siguiendo la pista de varios casos de OVNIs, me acerqué a su domicilio para conocer de primera mano tan extraordinarios sucesos. Esa tarde se encontraba cansada, pero aún así hizo el esfuerzo y volvió a recuperar esos recuerdos que tanto marcaron su existencia. Las horas volaron y cuando nos quisimos dar cuenta ya era bien entrada la noche. Esa madrugada regresé a Madrid con dos convicciones: Próspera decía la verdad y todavía, a pesar del tiempo transcurrido, buscaba respuestas.
Meses después, a principios de 2016, recibí una llamada telefónica del investigador alicantino Jorge Sánchez anunciándome que estaba terminando los últimos detalles de un libro monográfico centrado en las experiencias de Próspera. Numerosas entrevistas con ella y su hermana Anita –también testigo de algunos de los fenómenos– y dos años de exhaustivas pesquisas dieron como resultado 'Contacto entre dos mundos. Las extraordinarias experiencias OVNI de Próspera Muñoz', publicado por Ediciones Cydonia en octubre de 2016. Jorge se desplazó en numerosas ocasiones a Jumilla, visitando junto a la mujer los lugares de los hechos e intentando contrastar todos y cada uno de los detalles que ésta iba proporcionándole.
«Durante su primer encuentro con los tripulantes del OVNI, Próspera estaba acompañada por su hermana Anita, cuatro años mayor que ella –me cuenta el autor del fascinante libro–. Además, su tío Juan también se convirtió en testigo de ciertos sucesos. Desgraciadamente este último falleció hace tiempo y no pude recabar su testimonio. Sí lo hizo en numerosas ocasiones el incansable J. J. Benítez, que también entrevistó a Anita». La hermana de Próspera goza de buena salud, así que Jorge pudo grabar las horas y horas de conversaciones que mantuvieron en el domicilio de la mujer en Alicante. Gracias a él, también pude charlar con Anita. Pero no adelantemos acontecimientos, porque en toda historia conviene empezar por el principio…
Como en otras tantas ocasiones, ese día de verano del año 1947, Próspera, de ocho años de edad, y Anita, de doce, acompañaban a su tío Juan en sus habituales labores en el campo. Él se encargaba de cuidarlas porque el padre de las niñas trabajaba en otra localidad, aunque cada dos o tres días se acercaba al caserío de Jumilla (Murcia) donde vivían para llevar comida y ciertos enseres necesarios para la vivienda. Cuando ya caía la tarde, las pequeñas y su tío se acercaron a un caserío próximo al suyo, conocido por el nombre de La Amacoya, donde solían abastecerse de agua. Mientras el hombre se afanaba por acaparar el máximo del líquido elemento, las niñas se quedaron a cierta distancia con sus juegos. Entonces, «vieron cómo surgía de una montaña «un llamativo juego de luces, como una especie de arco iris radiante». Se lo dijeron a Juan, pero éste, más preocupado en otros asuntos, no les hizo demasiado caso.
El avistamiento se quedó en una simple anécdota, y al día siguiente los tres caminaron hasta el paraje de Las Tosquillas donde Juan debía encargarse de ciertas labores agrícolas. Allí se encontraron con un pastor que, entre balbuceos y presa de un gran nerviosismo, comenzó a relatar que varias de sus ovejas habían aparecido muertas de un modo terrorífico: alguien les había arrancado los genitales desangrándolas por completo. «¡Lo más raro es que no había ni una gota de sangre por los alrededores, nada! ¿Cómo es posible?», clamaba el pastor.
Esa noche, Próspera y su hermana Anita vieron unas esferas rojas que rodaban por el terreno. «Llamaban la atención por la viveza del color, lo perfectamente esféricas que eran, como canicas, y la rapidez con la que se movían –relata Próspera en Contacto entre dos mundos–. Sin pensármelo dos veces corrí tras una de ellas. ¡Tenía que alcanzarla. ¿Qué era aquello? Para mi sorpresa, nada más tocarla sentí una quemazón tremenda. De hecho, prácticamente toda la palma de mi mano se inflamó y enrojeció de inmediato». La niña se acercó a su hermana y le enseñó la mano. «Ya te curaré cuando lleguemos a casa», le respondió. Nada más entrar a la finca, Próspera se dio cuenta de que ya no la tenía enrojecida ni inflamada. ¡Se le había curado sola! Aquella noche, Juan, asustado por lo que había relatado el pastor, cerró puertas y ventanas a cal y canto y dejó fuera a Ligorio, el perro familiar, para que vigilase la vivienda. De madrugada el animal aulló, lloró y arañó desesperadamente la puerta de la casa para que lo dejasen entrar, como si detectase alguna clase de peligro desconocido para él.
Fuente: espaciomisterio.com
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